—Debes buscar la manera de sacar a tu suegra de ese hotel. – ordenó Leo Fiquet mientras tomaba un café bien cargado.
—¡Me rehúso a hacer tal cosa! – replicó decidido Alejandro Rivero, negándose así a colaborar con aquella orden que sabía perfectamente de donde procedía y las posibles consecuencias de su incumplimiento.
—¿Te has vuelto loco? – reaccionó Fiquet.
—¿No has visto los telediarios? ¿Qué no entiendes que son terroristas, Leo? ¡Son asesinos! La policía está tras ellos y vienes tu a pedirme a que me preste a algo así. Francamente, ¿Quién es el que está más loco de nosotros dos?
—Ya me han advertido de que si te negabas matarán a tu mujer. – respondió Fiquet respirando profundamente para calmarse – Y hay más, me han dicho que mostrarán fotografías de nosotros dos en la intimidad ¡Ni me preguntes de donde las han obtenido que no tengo idea! —
—Pues mira, que me maten a mí y dejen en paz a mi esposa.
—Para ellos tu vida no vale nada – dijo Fiquet.
—¿A cuenta de que eres tan complaciente con ellos? ¿Qué te darán a cambio? – inquirió Rivero.
—La situación es esta – respondió Leo, colocando suavemente la taza sobre la mesa – y necesito que me pongas mucha atención porque hay mucho en juego. —
Para Wolfgang Gerard sus largos años de búsqueda habían acabado, por fin había encontrado el eslabón perdido y gracias a su perseverancia había encontrado a la mujer que lo llevaría al libro de Esmeralda, él, el gran Mago Negro tendía entre sus manos el vademécum que su abuelo había buscado por tanto tiempo. Era cuestión de días, de horas quizás, para abrir las puertas a su propia inmortalidad para alzarse ante las naciones como el Señor del Tiempo, como el único Dios. Él vería desfilar los ataúdes de reyes y gobernantes, tendría el poder para construir el cuarto e infinito Cuarto Reich y crear la raza perfecta; controlaría el destino de la historia de este planeta y más allá de las estrellas, pues solamente él conocía la verdadera dimensión de aquel secreto. Para la mente de sus aduladores esto se limitaba al poder temporal y al dinero. Mientras se regodeaba con las imágenes de su grandioso futuro y caminaba por la habitación vino a su cabeza aquella conversación que había sostenido con su abuelo una tarde de verano frente al mar, precisamente unos días antes de su muerte: << No olvides pequeño Gerard que muchas veces el lisonjero te rodea, te jura lealtad, te adula, te sube a niveles extraordinarios, te hace creer que eres lo más grande, que eres el NON PROSULTA, pero cuando las cosas no suceden como se espera, entonces comienzan los rumores por los pasillos y te fingirán lealtad, pero a la menor oportunidad terminarán traicionándote, hasta poner a todos en tu contra, al punto de desconfiar de tus capacidades mentales. Al final todo termina en traición y crucifixión. ¡Cuídate de los aduladores hijo mío! >>. Era la advertencia recurrente de Josef Mengele a su adorado nieto.
“El poder atrae a los peores y corrompe a los mejores”. – esta frase retumbaba en la cabeza de Gerard una y otra vez mientras trataba de conciliar el sueño. Era consciente que para lograr sus objetivos se había rodeado de personas sin escrúpulos que iban en búsqueda de lo que pudieran obtener sin que esto hiciera mella en sus inexistentes conciencias. Cada noche se reunían para conspirar, articular planes, moviéndose siempre entre las sombras mientras la ciudad dormía. Estaba claro que una vez que obtuviera el libro debería ser más cuidadoso, pues sus seguidores querrían saber sobre el gran secreto, y que al saberlo no lo pensarían dos veces para arrebatárselo, al fin de cuentas no hay nada más valioso que la vida eterna. “Seguramente se sentirán con derechos” – pensó. No podía quedar en nada tantos sacrificios de mujeres a quienes les extraía los órganos devorándolos para confundir a sus seguidores. Él, y solo él, sabía que aquellos sacrificios y la ingesta de carne humana tenían otros fines y que había tendido un velo para ocultar la verdad.
Había aprovechado la coyuntura y el error de Tosolino para deshacerse de él, tal como lo pensaba hacer del resto de sus seguidores más cercanos. Los objetivos de la Orden Negra sobrepasaban la limitada visión de vanidad, dogma y riqueza de sus partidarios. La historia del mundo estaba escrita de errores y fracasos y estaba claro que una vez que el secreto fuese revelado sus propios seguidores serían sus peores detractores. Los traidores estarían a la espera del momento preciso para adueñarse de su poder supremo.
El Mago Negro, intuía que el gran secreto de Esmeralda sobrepasaba la definición de lo malo y lo bueno, de lo puro e impuro, de lo benigno y lo que hace daño, era algo que excedía la virtud del vicio, de la bondad y la maldad. En las leyes del universo no existe lo malo ni lo bueno, sencillamente las cosas solo son, pero lo que si estaba claro en la mente de Gerard era la contemplación en el tiempo, y gracias a ello había visto morir a muchos de sus enemigos.
Leo Fiquet terminaba su café mientras miraban las noticias en la televisión. Las fotografías de Zía Rao y de Asrael Algazi inundaban todos los noticieros.
Alejandro sintió como su mundo se hundía y no podía permitir que la imagen de hombre virtuoso y ejemplar que acudía junto a su esposa a la iglesia todos los domingos fuese destruida. Estaba aterrado solo con pensar en lo que podría pasar si se descubriera que él, un devoto hombre de fe y vehemente católico, era un lujurioso esclavo de sus deseos carnales. Con mucho sacrificio, y negándose a sí mismo, había construido aquel mundo en donde él era un ejemplo para seguir, un dechado de virtudes, honesto, pulcro y leal para con su esposa. La realidad era otra, siempre fue un hombre inseguro, temeroso, atormentado por sus propios deseos y aquella inclinación por los de su mismo sexo lo habían hecho sentir un ser miserable y frágil que nunca tuvo el valor de aceptarse y enfrentarse a sí mismo.
Sus padres habían hecho de él un hombre temeroso de Dios, con principios cuyo ejemplo era la castidad de todos los santos a los que su madre rendía culto y enaltecía por su capacidad de reprender todas las tentaciones del demonio, cosa que él no había podido cumplir. Irónicamente, siendo acólito de la Iglesia fue cuando descubrió su verdadero yo, contra el que lucharía toda su vida.
Después de escuchar atentamente las instrucciones de su amante tomó el dinero.
—¿Me amas? – preguntó Rivero a su amante antes de retirarse de la mesa.
—Tal vez no en la medida como tú quisieras – respondió Leo volviendo el rostro hacia otro lado – ¡Me caes muy bien!
Las palabras de Leo atravesaron su corazón como si fueran agudos y afilados puñales.
—La vida no siempre trae el vehículo completo ¿sabes? – continuó Leo – No es que tu no merezcas amor, es que yo no tengo nada que ofrecerte y si lo que te he dado es muy poco para ti, de verdad que lo siento, no ha sido mi culpa.
Alejandro buscaba un asidero de donde apoyarse y enfrentar la realidad, dar batalla a sus temores y por primera vez en su vida tomar una decisión correcta. Quería pensar que estaba frente a la persona que había esperado toda su vida, aquel ser que le llenaría de valor para encararse a su verdadero yo, pero aquella respuesta lo devolvió de un tajo a la esquina en donde había estado atrapado durante toda su vida.
—Siempre te he amado. – dijo viendo de frente a su amado mientras se incorporaba de la mesa de aquel café – Te amé desde el día en que te vi por primera vez en tu traje de monaguillo ¡Adiós! —
Si bien es cierto había salido de aquel café con el corazón en carne viva y sin rumbo, quizás en el fondo había encontrado un rumbo correcto, debía ser honesto con su mujer y decirle la verdad, aunque de pronto desistía de esa decisión, pensando en la desilusión que provocaría en aquella dulce mujer que le esperaba siempre con la mesa lista para la cena. Sus pasos le llevaron al US ONE en donde se sentó en una de las banquetas cercanas al teatro Arena para encender un cigarrillo. Reflexionó profundamente sobre las consecuencias de llevar a su suegra a este sitio, después de cavilar sobre el tema tomó la decisión de que a partir de ese momento nadie más le diría que es lo que debía hacer o no. Estaba harto de aquel personaje ficticio que había construido, movido por sus miedos e inseguridades, y estaba resuelto a no convertirse en el cómplice de un hecho del cual se arrepentiría el resto de su vida.
podría ver la cara de mi esposa después de entregar a su madre a esos asesinos?” – se preguntaba – “¿Cómo podría vivir a sabiendas de que soy el culpable del dolor de mi mujer, a quien también amo y respeto? ¡No puedo! Patricia siempre ha sido buena y dulce conmigo y ha estado con nosotros en nuestros tiempos duros —¡Maldita herencia!” – pensó mientras observaba los coches cruzar la avenida.
Alejandro jamás había experimentado tanto miedo como el que ahora sentía. Estaba obligado a tomar una decisión y estaba solo ante esta encrucijada. “El que anda en cosas de hombres, debe enfrentarlas como un hombre” – aquellas, que eran las palabras de su madre, se apoderaron con fuerza de sus pensamientos. Era una cálida tarde de verano y aun el sol ardía con fuerza, sin embargo, vio hacia el cielo como buscando a Dios y dijo: —¡Hice todo lo que pude para ser como tu querías que fuera! Sonrió e inhaló lo que le quedaba del cigarrillo. Repentinamente un sentimiento de libertad envolvía su espíritu y con toda la paciencia del mundo sacó de su maletín un Revolver 38 e introdujo el cañón en su boca y sin pensarlo dos veces tiró con seguridad del gatillo ante la vista y paciencia de los transeúntes y de Leo Fiquet, que observó el fatal desenlace desde una esquina a unas pocas calles del lugar.
—¡Perdóname! – dijo con dolor mientras se alejaba marcando su móvil, dejando tras de sí a aquel que había sido parte de su vida y ahora entregaba su alma ante la mirada de los curiosos que se arremolinaban alrededor de su cuerpo sin vida. Con su muerte, Alejandro Rivero, se llevaba a la tumba la verdad que nunca estuvo dispuesto a revelar.
Patricia Ojos Negros recibió una llamada anónima en la que le informaban del fatal acontecimiento. Apurada marcaba el teléfono de su hija y saltaba el contestador invitándola a dejar un mensaje. Después de varios intentos fallidos resolvió ir hasta el lugar que le habían indicado como el punto en donde su yerno había dejado de existir. Estaba a punto de salir cuando Clara la interceptó y entre lágrimas y sollozos le relató lo sucedido.
—Patricia ¿Eres consciente de que la noche está por caer y lo que sucederá? – preguntó Clara.
—Dime tú que hago si mi hija no responde a mis llamadas y yo no tengo corazón para dejar a mi yerno tirado en la calle como un perro. —respondió la anciana quien se cubrió bien y se dirigió hacia el lugar.
Ante esto Clara resolvió que lo más sensato sería llamar a Matías Jones. Sara y Dolores se acercaron a Clara para indagar lo sucedido con Patricia y la razón por la cual había salido tan precipitadamente del hotel.
—¿Te ha dicho en dónde está el cuerpo de su yerno? – preguntaron las mujeres.
—No, no me ha dicho nada más. – dijo desconsolada.
—No sé si este sea el momento para decirte algo Clara. – dijo Dolores viendo a Sara quién asintió con la cabeza como dando su consentimiento.
—¿Qué pasa? – indagó mientras sus pensamientos estaban con Patricia.
—No hemos comido en días y desfallecemos de hambre. Tú sabes que antes lo resolvíamos cogiendo cualquier cosa de la cocina, pero ahora todo ha cambiado. – confesó Dolores – ¿Qué podemos hacer? —
—¡No tengo idea! – contestó angustiada – Déjame pensar, todo se ha juntado y estoy preocupada por la seguridad de Patricia. Tengo el presentimiento de que algo no está bien. —
Capítulo 25
Las apariencias engañan.